viernes, 19 de enero de 2018

5.Elogio de la lectura


Le he matado, sí; pero él me estaba matando; hace más de cuarenta años que me estaba matando.



Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d'Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.


Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
("Elogio de la lectura y la ficción. Discurso de aceptación del Premio Nobel", Mario Vargas Llosa)

La lectura nos hace vivir otras vidas, sentir otras emociones que no son nuestras, pero que acaban con fundirse con las nuestras hasta hacerlas indistinguibles de ellas. La lectura nos da una riqueza que nada nos podrá arrebatar. Si has llegado hasta aquí, te desvelaré la última clave de mi nombre, si aún no lo has averiguado. Las letras de mi nombre que faltan son la Q y la I. Y mi apellido es Monegro. Y ahora que tienes mi nombre y mi apellido, ¿podrás averiguar cuál es el título del libro que cuenta mi historia?

Podéis enviar un correo con la solución a bibliotecaiesarenas@gmail.com 
Entre todos los acertantes sortearemos 3 suculentos premios. Suerte a todos.
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jueves, 18 de enero de 2018

4.El gran teatro del mundo

Todos, todos me amargaron la vida. Y comprendí que el mundo es naturalmente injusto y que yo no había nacido entre los míos. Esa fue mi desgracia, no haber nacido entre los míos. La baja mezquindad, la vil ramplonería de los que me rodeaban me perdió.


CIPIÓN: Empieza tú, cuenta tú primero. Pero abreviando, para que también tenga sitio mi relato. Escucharé tus sucesos a cambio de que luego tú prestes oreja a los míos.
BERGANZA: Sea éste mi turno y venga luego el tuyo. Voy a darme prisa a contar cuanto recuerde.
(Va a lanzarse, pero una desconfianza lo detiene)
CIPIÓN: Habla sin miedo. Ésos están más para dormir que para escuchar. Atiende tú a decir, que yo vigilaré si se acercan.
(Pero Berganza no encuentra por dónde empezar)
BERGANZA: ¿Tengo que comenzar por el principio? No recuerdo el rostro de mi madre. No recuerdo a mi padre. No recuerdo nada de cuando era cachorro. Nada.
CIPIÓN: Me pasa igual. Mi madre, mi padre… Ahí fracasa mi memoria, ahí mi pasado es una sombra. La hora en que rompiste a hablar, ¿tú la recuerdas?
BERGANZA: Maldigo esa hora sin recordarla.
(Silencio)
CIPIÓN: Cuando me traían hacia aquí, me pareció oír voces y oler olores como los que suelen salir de hospitales. Debemos de estar cerca de uno.
BERGANZA: Mañana veremos si es así. ¿Pero qué importa eso?
CIPIÓN: Quizá sólo seamos el delirio de un enfermo. O quizá seamos cada uno delirio del otro, mutuamente creados por el deseo de tener quien nos escuche. Acaso cada uno necesite desdoblarse para hablar consigo mismo. Acaso seamos cada uno el delirio de un perro que teme morir sin haber hablado.
BERGANZA: Qué cosas más locas dices, Cipión. Tiene que haber una explicación más sencilla. Si nos cuesta recordar es porque, de no contar las cosas, se nos han ido oxidando en el desván de la memoria. De no contarlos, se nos han enmohecido los recuerdos.
(Silencio)
CIPIÓN: Claro, tiene que haber una explicación más sencilla. Contémonos la vida hacia atrás, de la Z a la A. Yendo a la contra, de lo más reciente a lo más lejano, quizá lleguemos a ver cómo fuimos de cachorros, cómo eran nuestros padres.

BERGANZA: De la Z a la A. ¡Brillante!

(Palabra de perro, Juan Mayorga)


La vida es un teatro. ¡Qué vieja metáfora! ¡Qué verdad tan simple! Tragedia, drama o comedia; lágrimas o risas. Eso es, a ratos, nuestra vida. La última letra de mi nombre es la única letra común que tienen estos dos perros, tan humanos.


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miércoles, 17 de enero de 2018

3.Fueron unos días atroces

Fueron unos días atroces aquellos de su enfermedad, unos días de tortura increíble. Estaba en mi mano dejarlo morir, aún más, hacerle morir sin que nadie lo sospechase, sin que de ello quedase rastro alguno.



La primera vez
no te conocí.
La segunda, sí.

Dime
si el aire te lo dice.
Mañanita fría
yo me puse triste,
y luego me entraron
ganas de reírme.
No te conocía.
Sí me conociste.
No me conociste.
Ahora entre los dos
se alarga impasible,
un mes, como un
biombo de días grises.

La primera vez
no te conocí.
La segunda, sí.

("En el instituto y en la universidad", Federico García Lorca)



Desde antes del instituto y de la universidad nos conocíamos, aunque hubo años de distanciamiento y separación. La tercera letra de mi nombre es precisamente la única vocal que no aparece en el verso séptimo de este poema, que habla también de la amistad.


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martes, 16 de enero de 2018

2.Las primeras palabras de la "Confesión". Un odio antiguo.

Fui a la boda con el alma escarchada de odio, el corazón garrapiñado en hielo agrio, pero sobrecogido de un mortal terror, temiendo que al oír el sí de ellos, el hielo se me resquebrajara y hendido el corazón quedase allí muerto o imbécil.






Olegario no sólo fue un as del presentimiento, sino que además siempre estuvo muy orgulloso de su poder. A veces se quedaba absorto por un instante, y luego decía: “Mañana va a llover”. Y llovía. Otras veces se rascaba la nuca y anunciaba: “El martes saldrá el 57 a la cabeza”. Y el martes salía el 57 a la cabeza. Entre sus amigos gozaba de una admiración sin límites.
Algunos de ellos recuerdan el más famoso de sus aciertos. Caminaban con él frente a la Universidad, cuando de pronto el aire matutino fue atravesado por el sonido y la furia de los bomberos. Olegario sonrió de modo casi imperceptible, y dijo: “Es posible que mi casa se esté quemando”.
Llamaron un taxi y encargaron al chofer que siguiera de cerca a los bomberos. Éstos tomaron por Rivera, y Olegario dijo: “Es casi seguro que mi casa se esté quemando”. Los amigos guardaron un respetuoso y afable silencio; tanto lo admiraban.
Los bomberos siguieron por Pereyra y la nerviosidad llegó a su colmo. Cuando doblaron por la calle en que vivía Olegario, los amigos se pusieron tiesos de expectativa. Por fin, frente mismo a la llameante casa de Olegario, el carro de bomberos se detuvo y los hombres comenzaron rápida y serenamente los preparativos de rigor. De vez en cuando, desde las ventanas de la planta alta, alguna astilla volaba por los aires.
Con toda parsimonia, Olegario bajó del taxi. Se acomodó el nudo de la corbata, y luego, con un aire de humilde vencedor, se aprestó a recibir las felicitaciones y los abrazos de sus buenos amigos.
("Los bomberos", Mario Benedetti)

Esta misma sensación de presagio y fatalidad, la he tenido yo, el asesino, desde siempre. Y este buen muchacho, tan ufano, comparte también conmigo algo más: la inicial de su nombre es la segunda letra de mi nombre.


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lunes, 15 de enero de 2018

1.El asesino habla por primera vez

Sentí la necesidad de desahogarme y tomé unas notas que aún conservo y las tengo ahora aquí, presentes. Pero ¿fue sólo por desahogarme? No; fue con el propósito de aprovecharlas algún día pensando que podrían servirme de materiales para una obra genial. La vanidad nos consume.


Junto a estas palabras del asesino, encontramos este texto.

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
("Casa tomada", Julio Cortázar)

Mi nombre empieza con la letra del alfabeto siguiente a aquella con la que comienza el nombre de la hermana del narrador.

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En busca del enamorado (4)

ISABELA         Duque Octavio, por aquí                              podrás salir más seguro.      D. JUAN           Duquesa, de...